
Silencio
absoluto en la media montaña nevadense. Sólo una ligera brisa que mece los
árboles nos distrae de nuestros pensamientos. Como en cada salida fotográfica,
en cada paso, antes del alba, surgen oportunidades con las primeras luces que
nos regala uno de nuestros más destacados representantes del macizo, siempre
generoso en su devenir, incluso, las nubes algodonosas parecen haberse
colocado en el justo lugar (Picacho Alto y Alayos) para proporcionarme,
proporcionarnos, esta ofrenda cercana a los dioses. Mientras, también en
silencio, aún en la casi plena oscuridad, a mi espaldas hace acto de presencia
el Trevenque, símbolo impertérrito de Sierra Nevada, acogedor enclave de
nuestra tan renombrada fauna y flora y que conforma una gran tesoro biológico
que todos debemos proteger, cada uno en su pequeña parcela de vida, como si de
un pequeño juguete que recibimos con la mirada ilusionada de un niño.
Saludos a todos.
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